“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5) El Espíritu Santo nos capacita a vivir nuestros votos religiosos siguiendo el ejemplo de nuestras Madres Fundadoras.
Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: «Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme.» Mc 10,21
“Nuestras Fundadoras consagraron la Congregación al Sagrado Corazón de Jesús. Este culto comprende el amor de Jesús sin medida hacia los hombres y su incondicional entrega al Padre como nos dice el Evangelio. Rindiendo el culto al Sagrado Corazón de Jesús nos sentimos abarcadas con su amor con todas nuestras debilidades y cargas” (Constituciones, art. 60)
“La vocación encuentra su sentido profundo en el amoroso encuentro con Dios Uno y Trino en la oración” (Constituciones, art. 40), porque nace de un encuentro interior con el amor de Cristo, de un encuentro con Su mirada. A los ojos de Jesús, llenos de amor, hay un mensaje especial: ” eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo, dice el Señor” (Is 43,4). Jesús llamándonos al camino de los consejos evangélicos, “nos miró y nos amó”. Esta mirada da a nuestra vocación un significado especial. El amor de Cristo se convierte en el amor de elección, que abarca toda la persona, alma y cuerpo. Nos damos cuenta de que “ya no nos pertenecemos a nosotros mismos”, sino a Aquel que nos ha mirado. Aquí surge la pregunta: ¿Cuáles son nuestras elecciones cotidianas y qué tan consistentes/compatibles son con la primera elección de Jesús?